Ante las declaraciones públicas de la Ministra de Igualdad del Gobierno de España, Irene Montero, en relación al derecho de los niños a mantener relaciones sexuales con quienes ellos consientan, solo cabe decir que suponen una absoluta barbaridad e incluso pueden constituir un delito tipificado en el artículo 181 del Código Penal en el que se condenan las relaciones sexuales de un adulto con un menor incluso cuando este último manifiesta su consentimiento. Por lo tanto es indudable que estas declaraciones suponen una desprotección de los menores ante abusos de delincuentes y perversos.
Pero, por encima de todo y lejos de la dialéctica ideológica y política, asistimos a un escenario en el que no hay límites a la ambición, al poder, al placer y a la mentira amparada bajo el falso derecho a la libertad de expresión con tal de imponer sin ningún tipo de reparo sus absolutismos ideológicos. Lo que está claro es que estamos ante una tendencia absolutamente intencional para destruir los fundamentos universales de la educación, la familia y la moral hasta, incluso, cambiar la legislación si resulta necesario con tal de amparar las tendencias de quienes han borrado de su horizonte cualquier línea roja en el ámbito de la moralidad y, por supuesto, ya no digamos de lo espiritual.
Para algunas personas y personajes políticos no existen límites para dar rienda suelta a los sentimientos o emociones que llegan a traspasar la ciencia y el sentido común. Estamos ante una agenda propiciada por quienes se han determinado en levantar una civilización sin escrúpulos y en la que existirán leyes que únicamente servirán para el control de las personas y la extinción del derecho a educar, a decidir y hasta creer. Así que, no debemos sorprendernos (que no significa acostumbrarnos) a escuchar este tipo de disparates por parte de quienes pretenden definir lo que resulta inteligente y moderno. El caso es que, más que inteligencia y modernidad, estamos siendo contaminados por un espíritu de resentimiento y odio contra los valores que han marcado los límites del libertinaje y nos han preservado de alguna manera de la autodestrucción.
Interpretar lo que está sucediendo solo puede ser asimilado a la luz de las Escrituras que, claramente, nos advierte de no traspasar los linderos antiguos que han sido establecidos por nuestros padres (Prov. 22:28). Debemos advertir que no solo hablamos de determinadas doctrinas o tradiciones, sino de la luz instalada en nuestras conciencias para advertirnos de la maldad, es decir, de todo designio y tendencia que obra contra las leyes universales de la vida establecidas por el creador y que nos preservan de la muerte en toda su dimensión, tanto temporal como eterna.
Ahora toca saber qué podemos hacer los llamados justos ante esta deriva (Sal. 11:3). Desde luego viene por delante una tremenda batalla que, principalmente, tendrán que librar nuestros hijos. Por tanto debemos tomarnos en serio la batalla espiritual que se esconde detrás de la dialéctica ideológica y, al mismo tiempo debemos entender que nuestra inacción se torna irresponsabilidad al dejar espacios vacíos que ocupan los perversos. Así que sencillamente enumeramos algunas acciones básicas que debemos determinarnos:
- Orar e interceder fervientemente contra toda artimaña diabólica que viene a cegar las mentes.
- Mentorear a nuestros hijos con el ejemplo, la enseñanza y la comunicación para no ceder nuestro espacio de influencia exclusivamente en la educación escolar.
- Hacer uso de nuestro derecho y obligación de proclamar el Evangelio como único camino a la libertad, la verdadera esperanza y como la única forma de fundamentar nuestro futuro y el de nuestros hijos.
- Plantar cara mediante todos los medios posibles para hacer oír nuestra voz y actuar consecuentemente contra quienes pretenden derrocar nuestros derechos y libertades como creyentes.
- Y por último, cuidarnos de no vernos envueltos en el impulso reaccionario provocado por la impotencia y la rabia, sino que en todo momento seamos movidos por el amor de Dios y la pasión por las almas.